En algunas ocasiones las existencias pueden estar erróneas o no se lo podremos conseguir en el plazo señalado. Confiamos en su comprensión y le agradecemos la confianza depositada. Esperamos no defraudarle.
Hace tres generaciones las mujeres que llegaban a los cincuenta habían alcanzado la decadencia emocional, profesional, sentimental y física de sus vidas. Estaban programadas para crear un nido en el que dar continuidad a la institución familiar: buscar un marido, edificar un hogar, tener unos hijos, educarlos, alimentarlos, comprenderlos, bla, bla, bla. Llegados los cincuenta y con una esperanza de vida de ochenta y tantos, la misión socializadora había acabado y esa mujer entregada a la institución sufría lo que los psicólogos llamaron «depresión de nido vacío». No era momento de ser emprendedora a esa edad y ya había recogido sus frutos de juventud. La tercera y última edad se apropiaba de sus neuronas y paralizaba cualquier ápice de actividad que hubiera en sus vidas. Las cosas han cambiado y una mujer a los cincuenta años está simplemente en la flor de la vida. Gracias a los avances médicos y tecnológicos, la esperanza de vida ha aumentado considerablemente... y no hablemos de lo mucho que se ha prolongado la edad fértil de una mujer. Además, las expectativas sociales de una mujer madura siguen intactas. Por fin, la edad también es un grado para la mujer y los cincuenta años son cada vez menos sinónimo de flaccidez existencial y más de perspectivas de futuro. ¿Cómo nos ha pillado esta nueva situación? ¿Cómo acepta la sociedad a esta nueva mujer? ¿Cómo se entiende ella misma? ¿Qué modelos hay que tirar por el sumidero?
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