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Cuando el diario de Katherine Mansfi eld se publicó por primera vez en 1927, Dorothy Parker, que firmó la reseña para The New Yorker, acabó su artículo diciendo: «Lo que leemos es tan íntimo que casi me siento culpable de haber transitado por estas páginas. Es un libro magnífico, pero creo que solo los grandes y tristes ojos de Katherine hubieran debido leer estas palabras».
En efecto, el diario de Katherine Mansfield no es tal; la autora no lo escribió con esta intención, pero su marido, John M. Murry, que además fue su editor, al morir ella, en 1923, se dedicó a rescatar todos los documentos inéditos que Katherine había dejado desde 1914 hasta tres meses antes de su muerte -fragmentos de ficción, pequeñas notas personales, incluso los papeles donde Katherine apuntaba las cuentas domésticas- y construyó con ellos este magnífico testimonio, que muestra las emociones y pensamientos más íntimos de la autora, su manera de trabajar y su amor por la vida.
Lleno de agudezas, cargado de ternura y de sentido del humor, este diario es un documento importante para entender el espíritu de las mujeres en el siglo XX. Quizá por eso, Irène Némirovsky, autora de Suite francesa, anotó en su propio diario estas palabras el día antes de ser arrestada: «Estoy rodeada de agujas de pino, sentada encima de mi cárdigan azul en medio de un océano de hojas... En el bolso llevo el segundo volumen de Ana Karenina, el Diario de Katherine Mansfi eld y una naranja».
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