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Todos somos adictos a la felicidad. Cuando no nos atiborramos de píldoras, nos sumergimos en libros de autoayuda -de todo tipo de autores, que van de filósofos aficionados a psicólogos clínicos, pasando por el mismísimo Dalai Lama- sobre cómo alcanzar una vida sin problemas. Más que cualquier generación anterior, la nuestra cree en el poder transformador del pensar en positivo. Pero ¿quién ha dicho que debemos ser felices? ¿En qué pasaje de la Biblia o de la Constitución se dice? En Contra la felicidad, Eric G. Wilson defiende que la melancolía es necesaria para cualquier cultura próspera, la musa de la buena literatura, pintura, música e innovación y la fuerza que subyace a toda idea original. Francisco de Goya, Emily Dickinson, Marcel Proust y Abraham Lincoln eran, todos ellos, melancólicos confirmados. Así que no más Prozac en nuestros cerebros, aceptemos nuestro lado depresivo como motor de creatividad y tomémonos la melancolía como lo que es: una fuerza vital.
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