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Ya en 1793 hay noticias de que Friedrich Hölderlin, un estudiante de Teología en Tubinga, empieza a madurar el proyecto de una "novela griega": Hiparión. El autor pretendía mostrar en la misma un ideal de humanidad equidistante entre la abstracta sumisión y la caprichosa arbitrariedad que se convirtiera en guía para la formación del individuo.
¿ Logra Hiperión su ideal? Se podría decir que no. La novela está compuesta por una serie de cartas que trazan un doloroso itinerario espiritual. Un joven patriota, amigable y enamorado desea ver cumplidos sus proyectos e ilusiones, sin embargo el balance resulta más que desalentador. Los griegos modernos son sólo motivo para recordar con una impotente nostalgia a los antiguos. El noble y admirado Alabanda cae en un desquiciado extremismo. Diotima muere llena de tristeza y resentimiento por una vivencia de amor tan intenso que al no poder prorrogarse deriva en desamor. Las campañas bélicas para la liberación de la patria desembocan en el pillaje y el caos. Los alemanes, a quienes Hiperión conoce al final de su periplo, superan ampliamente a los griegos en ruindad.
Se ha querido hacer el Cielo y se ha propiciado el advenimiento del Infierno. Pero esta "novela griega" no queda en una amarga y rencorosa jeremíada. De toda esta trama de desengaños se ha ido gestando una experiencia muy distinta. Por vía de su febril sensibilidad, a Hiperión se le revela la omnipresencia de una realidad: la Naturaleza. En esta obra, genuinamente romántica, hay una constante mediación de lo emotivo en la relación del hombre con lo natural, por la emoción se accede a lo natural y lo natural suscita emociones. Sin embargo estas emociones son contradictorias. Efectivamente, en momentos en los que nada debiera ensombrecer la alegría que le produce la fascinación por la naturaleza, hay algo que encoge el ánimo del protagonista. ¿Qué? La pequeñez, la insignificancia de todo ser humano, humilde mortal, ante ella. Nuestras moradas, nuestras ciudades, incluso nuestros templos son ridículos vestigios frente a la grandiosa, la desatada y la implacable. Mas a dicha pena sobreviene una desbordante alegría: la de saberse sus hijos sin abandonar jamás su seno. Este sentimiento de la naturaleza es el auténtico protagonista de Hiperión.
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