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Nunca antes de que el diácono y profesor de Matemáticas Charles Lutwidge Dogson -Lewis Carroll para la gloria literaria- publicara en 1865 Alicia en el país de las maravillas se había accedido a las regiones del subcosciente infantil, que no se pone trabas racionales para mezclar realidad y fantasía, aunque de esa amalgama surja una nueva realidad, a primera vista, totalmente absurda. Cuando en 1872 aparece Al otro lado del espejo, y lo que Alicia encontró allí, la nueva lógica carrolliana se redondea en una narración de absurdas relaciones que pueden alcanzar un perfecto sentido dentro su sin-sentido establecido en una total libertad de relación entre palabras e ideas. Esta aparente paradoja de lo irracional no ha impedido que el conjunto de aventuras de la niña Alicia se haya convertido en uno de los mayores referentes de la literatura infantil. Mas aún, a partir de las vanguardias del siglo XX, tan deudoras de la búsqueda racional o artificial de una infancia sin prejuicios, la obra de Lewis Carroll es paso obligado para la formación del nuevo hombre moderno que, de adulto, puede seguir jugando a ser niño reinventándose Al otro lado del espejo.
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