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Elizabeth Bishop controlaba a la absoluta perfección la distancia entre ella y el lector, en definitiva, entre ella y el mundo. Sus poemas son muy personales, humanos, próximos, solidarios con los otros y con el entorno, pero a la vez la poeta ejerce un sutil sentido de la reserva, de la reticencia y del replegamiento, que no enfría los valores que he citado al principio sino que actúa como una garantía de su existencia y su eficacia. Se podría decir que existe un punto de tensión equilibrada entre ambas tendencias, la tendencia a la expansión y la tendencia al retraimiento, de modo que nuestra autora disfrutaba del uso calculado de una curiosa y nueva mezcla entre la herencia del romanticismo, con su proyección de la personalidad, y la modernidad, con su huída de la personalidad. Y sobre esta base Bishop supo construir una obra que tiene el calor humano de la particularidad y la fuerza intelectual atemporal de la universalidad.
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