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Un día va la nevera y se muere, en un gesto incomprensible. Ahora es por la mañana, muy temprano, y la familia en pleno -los dos hermanos, los padres, hasta el gato marrón- observa cómo se desliza esa enorme hemorragia de agua color violeta por toda la cocina, o allí, posada en el mango plateado, esa manada armónica de moscas que a cada poco se mueve, aletea, esperando su turno. ¿Por qué les ha hecho esto? Era una nevera preciosa, novísima, que compraron en una gran superficie hace dos o tres años, o incluso puede que cuatro, o vayan a saber. Tímidamente empiezan a acercarse. La nevera, está clarísimo, acaba de diñarla (dirían los inoportunos). Parece faltar ese runrún eléctrico de siempre; también se distingue un pollo igualmente frío y una colonia de hongos, esas cosas que albergan los cadáveres. ¿Deberían llamar a un médico para que la palpe y con un ademán trágico les confirme la defunción?
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