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Hay muchas reflexiones sobre las diferentes causas que han llevado a la imposibilidad de mantener la tragedia como forma de expresión literaria en nuestro tiempo. El ejemplo más famoso es el libro The Death of Tragedy (La muerte de la tragedia) de George Steiner, aparecido ya hace más de cuarenta años, con la segunda guerra mundial aún fresca en la memoria. Steiner ofrece para este silencio de la tragedia todo tipo de razones que casi siempre tienen que ver con la evolución del individuo (la doctrina de la liberación cristiana, el optimismo por el progreso tecnológico, el afán romántico de soberanía, rechazo de la heteronomía, etcétera).
Una de las razones más importantes parece, sin embargo, estar en el origen de la ironía moderna, una causa a la que Steiner no presta mucha atención. Las tragedias se han hecho imposibles porque nuestro razonamiento ha pasado de ser sagrado a ser irónico: podemos relativizar, consideramos un acontecimiento trágico como una evolución de la que son culpables los hombres, no como una fatalidad superior. Razonamos horizontal y causalísticamente, no vertical y sagradamente. Creemos con firmeza en la relativización de la verdad; ésa es nuestra sacralidad antisacral.
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