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La arrolladora personalidad de Robert Aldrich, siempre visceral a la hora de articular su discurso cinematográfico, insobornable en sus planteamientos, nada complaciente en sus realizaciones, ha generado una creciente e interesada confusión en el análisis que se ha venido haciendo de sus películas. La incorrección política en la obra cinematográfica de Robert Aldrich tiene más que ver con su ausencia de maniqueísmo, que con el rechazo a adoptar puntos de vista que faciliten la asimilación del relato en una única dirección. Esa manera de filmar franca, abiertamente sincera, lúcida, sin pararse en barras, explica lo incómoda que resulta su obra para determinados analistas. Las páginas que siguen intentan arrojar algo de luz sobre la obra de una personalidad libre, noble y explosiva que dejó películas como «Doce del patíbulo» o «¿Qué fue de Baby Jane?», entre otras muchas.
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