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En los siglos XVIII y XIX se percibe el resurgir de una cocina regional, popular y sabrosa, como contrapartida a una cocina importada por los Borbones, a la que únicamente tenían acceso la aristocracia y la realeza. La clase media que surge con el siglo XIX, demandará un territorio de ocio y negocio que protegerá a la cocina española de influencias foráneas, y mientras petimetres y afrancesados se sentirán fascinados por las delicatessen procedentes de Francia, la España de siempre se regocijará con rotundos guisos y condumios. Si la novela picaresca había hecho del hambre una estética y los místicos una ética, los románticos crearán una ética y una estética del hartazgo. Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Larra, etc., recogerán en sus textos testimonios gastronómicos de una época con la que, junto con La cocina del Quijote y La cocina del Barroco, se continúa la original historia de la cocina española de LORENZO DÍAZ.
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