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El Agrio es Bruno, y la narradora, quizá para su desgracia, se ha enamorado de él. Mucho más: se ha vuelto loca por él. Alguien dijo, como un elogio, que ésta era una novela para chicas, pero se equivocaba: en estas páginas en primera persona hay muchas más personas: lectores o lectoras reconocerán e incluso se reconocerán. Eso sí, nadie antes nos había contado este tipo de amor, de relación, como aquí: Valérie Mréjen, como ya demostró en Mi abuelo, sabe narrar de un modo que va mucho más allá del laconismo o la ironía postmodernos: hay un fondo sentimental, si se nos permite decirlo así, que recuerda a Jean Rhys, a Dorothy Parker, a Natalia Ginzburg... Es decir, prosas aparentemente sencillas con varias cargas de profundidad dentro, con más de un nivel de lectura.
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