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Un prisma alargado y horizontal, con una envolvente metálica, posado sobre un manto vegetal y rodeado de árboles, marca la presencia de este edificio. Cuando se mira a la naturaleza a través de las ventanas, decía Mies, adquiere un significado más profundo del que tiene cuando se está afuera, al aire libre. Y añadía que la misma naturaleza se realza cuando se integra, con la arquitectura y el hombre, en un mismo conjunto. Conseguir la armonía entre estos tres componentes es, pues, el reto que se le plantea al arquitecto. Una relación armónica que no significa ni camuflaje ni ignorancia. Para Mies se concretaba, sobre todo, en el respeto del medio y en la visión desde el interior hacia el exterior. La relación con su emplazamiento establece el área que esta obra instaura, desplegándose más allá del contorno limitado por la construcción. Abriéndose hacia el norte y el sur y cerrándose opaca en los testeros, canaliza y dirige la mirada, marca un recorrido de acceso, prioriza unas direcciones frente a otras, crea una figura sobre un fondo, jerarquiza los espacios. En definitiva, involucra al lugar envolvente. Pero, a la vez, ese modo de situarse en el sitio asigna cualidades distintas en los ámbitos interiores decantando y diferenciando sus usos posibles: lugares de paso al norte, zonas de estancia y trabajo al sur mirando hacia el camino de llegada.