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Desde tiempos ancestrales, en Mesoamérica, así como en la Región Andina, el hombre intentó acercarse a los dioses escudriñando el firmamento. De la sola contemplación pronto se percató que la observación de los cuerpos celestes podía proporcionarle un medio adecuado para ordenar sus actividades. Así se desarrollaron los primeros sistemas calendáricos que eran el resultado de la transferencia de los ritmos del cielo a la sociedad de donde habían surgido. Este aspecto práctico de la observación celeste se dio en forma paralela con la evolución de los conceptos religiosos que condujeron a la identificación específica de deidades con ciertos cuerpos celestes. El culto y la observación meticulosa se fundieron en una misma actividad, reservada en forma exclusiva a la élite de los sacerdotes-astrónomos. Éstos alcanzaron gran prestigio e influencia en la sociedad pues eran los intermediarios entre el cielo y los hombres. Con tal mezcla de Religión y Astronomía se lograron considerables avances en el registro del movimiento de los astros, comparables a los alcanzados por culturas antiguas en Asia y en Europa. Otra manera de culto hacia las deidades celestes fue la edificación de estructuras arquitectónicas orientadas a diversos eventos astronómicos que se observaron en el horizonte. El estudio de estos aspectos del culto celeste proporciona en la actualidad una alternativa para comprender las concepciones de los pueblos antiguos del Continente Americano respecto al Universo y al lugar del hombre en él.