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Por las especiales circunstancias históricas y de mentalidad, así como por los restos arqueológicos que nos han llegado del antiguo Egipto, este país y su civilización han quedado definidos como la tierra de los difuntos, de los sepulcros, de las momias y de los tesoros funerarios. Precisamente, el Libro de los Muertos es uno de los elementos religiosos y literarios que han contribuido a tal definición, que la realidad arqueológica evidencia sin lugar a dudas. El Libro de los Muertos, una de las obras capitales de la literatura religiosa de todos los tiempos, constituye un documento de primera magnitud para adentrarse en el conocimiento de la religiosidad del antiguo pueblo egipcio. La obra -un conglomerado de papiros en su origen- está formada por un conjunto de textos y fórmulas mágicas, mediante las cuales los difuntos podrían vencer las dificultades y peligros que les aguardaban en el Más Allá. En el antiguo Egipto, el Libro fue algo muy importante, pero algo a disposición de todos, siendo tan sólo el montante económico la condición necesaria para poseer un ejemplar del mismo, el cual, dispuesto junto a los restos del difunto, le permitía nada menos que «la salida a la luz del día», la inmortalidad. El sentido pragmático de la obra motivó que fuera copiada una y otra vez, habiéndonos llegado así muchos ejemplares -algunos bellamente ilustrados-, circunstancia que ha dificultado el establecimiento de una edición canónica. Con su profundo sentido alegórico, sus imágenes y su recreación fantástica de la Ultratumba, la lectura del libro nos permite seguir, con todo lujo de detalles, el proceso religioso de la Historia egipcia. Como se «Este Libro es una cosa verdaderamente muy secreta; no debes permitir, en cualquier lugar donde estés, que las gentes ignorantes lo conozcan. Y no permitas tampoco que lo conozcan los habladores, ni ninguna otra persona, excepto tú y tu verdadero amigo íntimo.»
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