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La vida de las personas raramente es lineal. Sin embargo, en la de algunos individuos tienen cabida unos hechos que no sólo dan un vuelco a su propia cotidianeidad sino que la abocan a un desenlace inesperado.

A veces, después de treinta años de vida en común, un día descubres que la persona que coexiste contigo, aquella que comparte los ideales más utópicos y las trivialidades más vulgares, la que tú has elegido a causa de esa química indiscriminada que para no entrar en detalle llamamos amor, a esa persona se le dispara un resorte, y en adelante los efectos de esa recidiva van a condicionar tu vida para siempre de una forma brutal.

Cuando anda por medio alguna de las pasiones a las que se agarra el ser humano para poder soportarse, tan sólo es preciso el intervencionismo de una de las partes para echar abajo la cimentación más concienzuda y hasta la más generosa de una vida en común.



La parte tocada por el rayo, cegada por su exhalación, muchas veces avanza en la dirección del abismo dejando en su camino la dignidad y los lazos de afecto, y entonces ocurren cosas extraordinarias a las que los iluminados denominan













«llamadas» o «avisos»

, y el resto de los mortales decimos que son casualidades. Incluso siendo casualidades, esas peripecias fortuitas, a veces se vuelven contra uno y desencadenan una serie de resultados nefastos que terminan por instalar la desdicha en la vida de la persona que provocó la de los otros. Eso es lo que le ocurre al protagonista de la novela, una novela que se construye a través de nueve consultas médicas a las que el personaje central acude con el objeto de solucionar un problema importante.