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El gran teatro del mundo (1635), del genial dramaturgo barroco Pedro Calderón de la Barca, contiene el germen de este libro. Allí, Dios es el director y el mundo es su escenario; cada persona recibe el vestuario que necesita para interpretar el papel asignado. El apuntador anima a cada actor a «hacerlo bien, porque Dios es Dios».
De la misma forma que Calderón hizo teatro a partir de la teología de su tiempo y llevó a escena las cuestiones que preocupaban a la gente, Kevin Vanhoozer busca imágenes nuevas para recuperar el papel primordial que desempeña la doctrina. Así, la Palabra de Dios es el guión de este teodrama que pone en escena la teología (dramaturgia), mientras que los lectores-espectadores son invitados por la Iglesia a representarlo en el gran teatro del mundo contemporáneo.
El evangelio de Jesucristo -gratuita autocomunicación de Dios- contiene dramáticamente una doctrina que parece irrelevante en la sociedad postmoderna actual, donde suele identificarse acríticamente el sentir con el creer. Ante dicha reducción, la presente obra sostiene que no hay tarea más urgente en la Iglesia que esforzarse por formular la fe (doctrina) de cara a iniciar un camino que permita acceder a la verdad y oriente de manera segura la existencia creyente coram Deo.
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