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El lenguaje alegórico del constitucionalismo de 1812 nos traslada a una época en la que las imágenes y los gestos servían para el combate tanto como las palabras. Educados en la cultura de la Ilustración, los primeros liberales españoles al igual que los revolucionarios franceses trataron de dar forma a las nuevas ideas por procedimientos adaptados de la tradición. El resultado esconde no pocas de las contradicciones que supone la imposición de un lenguaje político de valores inmutables en el cambiante mundo moderno. La cándida creencia en que la caracterización visual de ideas políticas, fundamentalmente abstractas, era el mejor medio para representar el espíritu redentor de la Constitución configuró una especie de olimpo constitucional. A través de él se revelan todas las aspiraciones y los miedos, las concesiones y las renuncias, las ambigüedades y las certezas de un pensamiento en el que pretendía involucrarse toda la sociedad en un esperanzador camino hacia el futuro.
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