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Un cosmos unitario y rotundo conforman los doce cuentos de Los pobres desgraciados hijos de perra, que tienen como escenario una urbanización en Portacoeli, un pueblo de veraneo, y gravitan en torno a la «violenta y desconcertada juventud». Así, un grupo de adolescentes disfruta, en «Con un poco de suerte», de los largos veranos de tres meses, entregados al fútbol y el vagabundeo con los amigos y con las chicas, hasta que saben que la fortuna no siempre está de su parte al lanzar un penalti... o al tomar una curva a toda velocidad. Parecidas ansias de apurar el mundo muestran los personajes de otros relatos, que juegan con experiencias al límite. Muchos de esos jóvenes, ya adultos, serán quienes se enfrenten a la amarga avaricia de algunos familiares en «Casa nuestra», o los que transijan con el mundo, como el protagonista de «Una fórmula mágica», al que se le pide que escriba sobre las carreras de Fórmula 1 a cambio de irrechazables tentaciones. Criaturas, en definitiva, extraviadas en sus mundos respectivos, seres que intentan exprimir la esencia de la vida, mediante distintas variedades de la intensidad (el amor, la literatura, los deportes), antes de que el tiempo se conjure contra ellos.
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