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Carta a un rehén nace de un prólogo a una obra de Léon Werth, a quien Saint-Exupéry dedicó El principito. Más tarde, las referencias a este amigo judío desaparecen, para evitar las suspicacias antisemitas, y Léon Werth pasa a convertirse en «el rehén», el ser humano universal y anónimo capaz de reconocer al otro a través de un gesto instantáneo, común con el enemigo, y de trocarlo en viajero de la misma aventura de vivir. Al compartir un cigarrillo, el rehén y su captor abren la compuerta que los mantenía fijos en sus roles: es el momento de descubrir la mutua humanidad, de arrancarle al futuro un nuevo hermanamiento. "[A este libro] le estoy reconocido, sobre todo, por evidenciar esa verdad paradójica que es, a mi parecer, de una importancia psicológica considerable: que el hombre no encuentra la felicidad en la libertad, sino en la aceptación de un deber." [André Gide]
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