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Después de más de veinte años de espera, la obra magna de Mario Bunge llega a los lectores de habla castellana. El Tratado de filosofía ―en 8 tomos (1974-1989)― es sin duda uno de los proyectos más ambiciosos de la filosofía moderna. Su objetivo es construir un sistema filosófico de lo que el autor considera el núcleo de la filosofía contemporánea (la semántica, la ontología, la gnoseología y la ética), con especial atención a los problemas planteados por el conocimiento científico y técnico. Sus herramientas son la matemática y el propio saber científico. El resultado es una obra ciclópea que se distingue por su originalidad, sistematicidad, amplitud temática y rigor formal, atributos que la convierten en una cita ineludible para el estudioso de la filosofía. Este volumen constituye el tercer ladrillo del edificio filosófico construido por Mario Bunge. Aquí la ontología (o metafísica) no es «un discurso (en griego antiguo o en alemán moderno) sobre el Ser, la Nada y el Dasein», ni una colección de creencias instintivas o imposibles de poner a prueba; mucho menos el estudio de los seres espirituales. Para Bunge, la ontología es una ciencia, más precisamente la ciencia general que estudia el ser y el devenir. Este enfoque disuelve de un plumazo uno de los problemas más caros al empirismo lógico y al falsacionismo: la búsqueda de una frontera nítida entre la ciencia y la metafísica. Y dado que comparten parcialmente sus objetivos la metafísica y la ciencia han de servirse de un método común: el método general de las ciencias. He aquí un puñado de preguntas que explora la ontología bungeana: ¿qué es una cosa?; ¿qué son los universales?; ¿hay clases naturales?; ¿existe el azar o las probabilidades no son más que la medida de nuestra ignorancia?; ¿puede haber espacio sin cosas? y ¿qué es la mente? Aunque para la respuesta a esta última pregunta, el lector deberá esperar al Volumen 4 de este tratado: Ontología II: Un mundo de sistemas.
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