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Miguelillo llega al mundo el mismo día en que un mortífero bombardero del ejército italiano, aliado de Franco, se deja caer sobre la ciudad de Alicante y siembra el terror, la destrucción, el exterminio, el llanto y el dolor. La vida de posguerra no es fácil para los españoles vencidos y a buena parte de la población infantil la deja en desventura de hospicios, internamientos en reformatorios e incluso en calabozos y cárceles franquistas. En el discurrir de Infancia maldita aparecen, además de multitud de tortazos y represiones con cuales encarrilar la obediencia y la fe, infinidad de sucesos y personajes variopintos: monjas, médicos, políticos, sindicalistas, truhanes y también hombres de muy buena voluntad. Miguelillo, por el contrario, aunque es un niño pícaro y raterillo, educado a la férrea voluntad de los demás, no es malo ni encierra crueldad, al estilo de Pascual Duarte, por ejemplo; sino víctima de la orfandad y de las circunstancias de su propia condena interina entre muros de privacidad y castigos personales, dentro de una vida real y no de novela, tal cual se ve obligado a protagonizar el discurrir de su propia subsistencia personal.
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