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El tiempo parece haberse detenido en Mineo, y los habitantes de este pueblo en la Sicilia profunda hace ya mucho que aceptan con resignación la miseria y el sufrimiento cotidiano. En este inhóspito paraje nació Giuseppe Bonaviri, quien, tras estudiar medicina en Catania, regresó a su pueblo natal para ejercer de médico durante los años de mayor escasez de la posguerra. En un lugar donde las casas se amontonan, la gente vive en una sola habitación junto a sus animales, e incluso los muertos corren el peligro de mojarse en un depósito de cadáveres al que le falta el techo, Bonaviri luchó, con la inestimable colaboración de su fiel ayudante don Giorlando, contra los prejuicios y supersticiones de los campesinos, y el oportunismo de los políticos, para hacer de Mineo un sitio donde fuera posible vivir, y morir, dignamente. Bonaviri compaginó su trabajo como médico con la redacción -en el papel del libro de recetas- de los «apuntes para un diario de un médico siciliano» que, años después, se convertirían en este áspero retrato de la Sicilia de los años cincuenta escrito con un lenguaje poético que cautivó a escritores como Italo Calvino y Leonardo Sciascia.
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