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Doolittle está, por un lado, entre los discos de pop más violentos jamás grabados, si no en número de víctimas, sí en la desolación de sus calamidades. Incluye violaciones, mutilación de ojos, vampirismo, asfixia, embadurnamiento de toneladas de basura y el caos de un tiroteo a ciegas; cuando se pronuncian las palabras mágicas, todo el mundo muere aplastado. Cuando no habla de matar o mutilar, el disco gira hacia un aborrecimiento sexual depravado y visiones apocalípticas. Y aún así, incluso con sus alaridos y sus tempestades, es uno de los discos más melódicos y adorables dentro del rock alternativo, y Thompson (o Black Francis o Frank Black) ha pasado buena parte de dos décadas insistiendo a los periodistas que no hay un significado real a todo ese horror y ese pánico, que las letras son sólo palabras que encajan bien: No hay ninguna intención, dice. La intención es sentirlo, disfrutarlo, que entretenga. Pixies han tenido una carrera distinta a la de cualquier otro grupo de rock alternativo, desapareciendo sin ser la nueva gran sensación, convirtiéndose en dioses ausentes. Doolittle es la personificación
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