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El señor Abbott, editor londinense, recibe un manuscrito firmado por un tal «John Smith» que cuenta la vida de un pueblecito inglés inesperadamente trastornado por la aparición de un «niño prodigioso» que toca el caramillo. No sabe si es «una sátira exquisita, solo comparable al primer capítulo de La abadía de Northanger, o una sencilla crónica de acontecimientos vistos con la mirada inocente de un simple», pero cree que será un éxito y decide publicarla. La novela se titulará El perturbador de la paz y causará en el pueblecito donde transcurre el mismo revuelo que el niño del caramillo. Todos se ven delatados: en sus secretos, en su pasado, en sus manías y melancolías; es más: algunos empiezan a imitar, como si fuera un vaticinio, las reacciones de los personajes del libro. Y todos quieren, por encima de todo, descubrir quién lo ha escrito. Quien lo ha escrito no es «John Smith» sino Barbara Buncle, una «cuarentona flacucha y sin estilo» que, acuciada por problemas económicos, ha decidido, después de descartar la cría de gallinas, dedicarse a la literatura. El libro de la señorita Buncle (1934) de D. E. Stevenson es como un Cranford de los años 30: una deliciosa y divertidísima descripción de una pequeña comunidad sometida a «un juego de espejos como los de los sastres» y que se siente traicionada al ver en entredicho la buena opinión que tiene de sí misma.
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