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«Todo escriba que se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mt 13,52). El estudioso cristiano del Antiguo Testamento se asemeja a ese escriba que, al igual que el dueño de la casa, saca cosas nuevas y viejas de su tesoro. Y, en este caso, el tesoro no es otra cosa que la presencia en la corte del rey, la vida de la Iglesia, cuerpo de Cristo, ciudad del gran rey. Leer el Antiguo Testamento desde su cumplimiento en Cristo no es «violentarlo», como algunos sugerirían. Es alcanzar su verdadera inteligencia, su verdadera comprensión. Los escritos de este libro se refieren a ese corpus que llamamos Antiguo Testamento y todos ellos están marcados por una lectura que nace de la convivencia en la «corte del rey», en la Iglesia, como discípulo de Cristo.
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