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La Constitución republicana de 1931 reconocería por primera vez en España el sufragio pleno, además de otros muchos derechos que suponían una igualdad, al menos teórica, entre hombres y mujeres. Una imagen típica y cotidiana de estos años en nuestras ciudades es la de estas jóvenes modistillas, muy bien arregladas y cogidas del brazo, paseando por sus calles. En sus rostros se refleja el orgullo de ser mujeres trabajadoras y de vivir en una sociedad que empieza a reconocer y a respetar sus derechos y a tener en cuenta su enorme potencial en la economía y en el desarrollo social. Ellas, a través de la moda, reflejan las ansias de cambio y la ilusión por un futuro más prometedor que el que habían conocido hasta entonces, y así lo atestigua la alegría impresa en sus facciones, incluso a pesar de las duras condiciones de trabajo que imperaban entonces. Sin embargo, una guerra civil y cuarenta años de dictadura truncarán este proceso y esta lucha femenina hacia la igualdad sin que se pudiera volver a reabrir en el estricto sentido en que entonces se planteó hasta la recuperación democrática, en la segunda mitad de los años setenta.
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