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El siglo XX español ha sido testigo de dos regímenes democráticos bien diferentes. Primero, la experiencia republicana de 1931, plasmada en una Constitución que trazó un programa de transformación de la sociedad truncado por un golpe militar que dio paso a una larga dictadura. Tras ella, una democracia nacida con la vocación de olvidar el pasado republicano, amparada en una Constitución incapaz de profundizar en términos de calidad democrática e igualdad real. En definitiva, dos Constituciones, dos Españas. Hoy, cuando la crisis económica ha destapado una profunda crisis institucional, cuando la Constitución de 1978 se revela como un instrumento inútil para construir una sociedad más incluyente, participativa e igualitaria y surgen voces que demandan la apertura de un proceso constituyente, la comparación entre ambos modelos de democracia se revela especialmente relevante. Aunque el pasado sea único e irrepetible, la experiencia de 1931 muestra que es posible articular un sistema político basado en los valores de compromiso democrático y justicia social, bien distintos de los que ahora presiden nuestra convivencia.
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