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Los estudios culturales han sido quizás el último gran movimiento intelectual del segundo milenio. No obstante, están lejos de constituir un proyecto bien articulado, capaz de inspirar una nueva forma de ciencia social o de suplantar los saberes dominantes. Surgidos de un programa de emancipación y cuestionamiento de la academia, acabaron por plegarse a las ideas más convencionales de un posmodernismo desleído, o por cultivar un conformismo sospechosamente unánime ante la cultura de masas. No han aportado todavía los esclarecimientos prometidos, ni han materializado nunca la crítica disciplinar de la cual sin embargo se jactan. En este texto se examinan sus inconsistencias más flagrantes: las contradicciones entre sus gestos antidisciplinarios y sus pretensiones interdisciplinarias, entre su actitud intransigente y su prolija codificación de una ortodoxia, entre la anunciada riqueza de sus recursos metodológicos y su notoria improductividad teórica, encubierta por el despliegue de una jerga complicada. Se analizan además las reflexiones de los antropólogos que promueven la integración a este movimiento, mostrando falencias parecidas y documentando caso por caso los fundamentos vacíos, atribuciones equivocadas y lecturas insuficientes.
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