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La debida labor de la venganza», por decirlo con un verso de Borges, tensó el arco de Ulises, y fue la razón de existir del Conde de Montecristo, de Matías Sandorf, de Sandokán. También del Corsario Negro. Despojado de su hacienda, asesinados sus hermanos, el noble Emilio de Roccanera perseguirá sin descanso al destructor de vidas y haciendas. Unos ojos bellísimos se cruzarán en el camino del vengador, como se cruzaron en el de Sandokán. El mismo estilo, la misma técnica. Y, si los críticos ignoraron a Salgari, le quedaron sus lectores, como aquel joven que le escribía: «¡Oh, sea bueno y dénos a todos la alegría de seguir describiendo la vida de esos corsarios!...»
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