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San Ambrosio (340-397 d.C.), obispo de Milán (374-397 d.C.) y uno de los Padres de la Iglesia de Occidente, introdujo en la Liturgia de las Horas himnos que él mismo compuso, inspirados en la fe. Como compositor de himnos, su mayor mérito fue haber logrado la síntesis entre sobriedad, elegancia y contención; síntesis también de clara profundidad y de simplicidad en la métrica. Todo ello hizo que sus himnos alcanzaran un enorme prestigio y una gran aceptación popular, hasta el punto de que la tradición medieval le atribuyó un muy elevado número de ellos que sin duda no lo eran. Es célebre la cita de san Agustín, que fue bautizado por san Ambrosio en el año 386: «Cuántas lágrimas derramé oyendo los acentos de tus himnos y cánticos, que resonaban dulcemente en tu Iglesia» (Confesiones, 9,14).
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