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Se rumoreaba que lord Deben, que necesitaba un heredero y era el libertino más afamado e impenitente de Londres, se había olvidado de su predilección por las amantes casadas y estaba dedicando toda su atencion a seducir a jóvenes inocentes y virtuosas.
Sin embargo, si lord Deben creía que Henrietta Gibson iba a acudir al chasquido de sus dedos, estaba muy equivocado. Ella sabía perfectamente por qué tenía que eludir a caballeros de su reputación:
Si la tocaba una sola vez con sus labios, no podría mirar a otro hombre. Si sus diestros dedos le rozaban el borde del escote, se derretiría en sus brazos. Además, bastaría que uno de los mil rumores fuese cierto para saber que nunca jamás podría confiar en un libertino...
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