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Shutter Island está cerca de Boston. Es una pequeña isla en la que tan sólo destaca el Hospital Ashecliffe, un centro penitenciario para enfermos mentales. El agente federal Teddy Daniels y su compañero, Chuck Aule, acaban de desembarcar. Un peligroso asesino se ha escapado pese a las férreas medidas de seguridad. No podrá salir de la diminuta isla, así que Daniels tan sólo mira el reloj. Una rutina más. Dennis Lehane comienza así una novela imposible de olvidar, impredecible, que nos condenará a leer obsesivamente, con los lavados de cerebro de la guerra fría de fondo. Pero, ante todo, Lehane nos condena a correr y no mirar atrás, como hace Teddy Daniels, una vez deduce que la única y simple razón de que haya sido destinado a Shutter Island es: que no vuelva a salir. Pero ¿por qué a él? Daniels ha tardado en darse cuenta de que en esta isla maldita nada es lo que parece, todo el mundo tiene miedo y los enfermos no son más que cobayas humanas. ¿Quién quiere experimentar con él? ¿Acaso quieren que se vuelva loco? ¿O es que ya lo está? Una isla, un hombre solo; la caza ha comenzado y la presa se llama Teddy Daniels.
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