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Al-agua era un rey de un país lejano, que solo pensaba en sí mismo. Era presumido y vanidoso. Muy presumido y aún más vanidoso, apenas se enteró de la existencia de una joven con fama de ser la mejor costurera de la comarca, mandó que la trajeran ante él y le formuló una petición muy extraña: tenía que confeccionarle una prenda tan bella y especial que, una vez puesta, no se la quisiera quitar nunca. Ella le contestó que no era posible. Entonces, el rey, muy contrariado, se lo puso aún más difícil: debería coserla ¡con hilo de agua!
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