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Es obvio que la promiscuidad sexual en todas sus formas y variantes, normales y anormales, ha existido y existirá siempre. Pero lo característico de nuestros días es comprobar cómo estas formas perversas y promiscuas de sexualidad han adquirido un carácter institucional y político son precedentes en Occidente. Existe en este sentido una programada voluntad expresa y decidida de extender tales prácticas al conjunto de la sociedad, comenzando por la educación de los niños desde edades muy tempranas.
Desde hace algún tiempo, su introducción en el ámbito del derecho civil, las políticas públicas y la educación forma parte de la agenda política de la generalidad de los gobiernos de Europa, y aun de la Unión Europea y de Naciones Unidas. De este modo, el ámbito natural de la intimidad y el velo del pudor reservado para la vida sexual de los individuos aparecen ahora politizados, con el objetivo expreso de socializar aquello que con anterioridad se procuraba salvaguardar de intromisiones ajenas. Con ello se ha abierto un tiempo nuevo donde emerge la pretensión, a la vez imposible y totalitaria, de transformar la naturaleza humana, la creación de un hombre nuevo, una pretensión nihilista que no puede sino conducir directamente a la negación y disolución del hombre mismo.
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