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Había decidido que, antes de cumplir los catorce años, averiguaría la verdad sobre la muerte del Tigre Blanco, encontraría su tesoro y completaría su misión de devolver cada pieza a sus legítimos dueños. Y por fin lograría saber quién era esa figura misteriosa, una silueta apenas, una sombra veloz, que aparecía cuando estaba en peligro, me salvaba y volvía a desaparecer. Podía hacerlo. Para eso yo era el hijo del Tigre Blanco.
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