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Este libro quisiera tratar no tanto sobre el amor a hablar de la poesía como sobre el afecto por practicarla. De modo que, a pesar de las limitaciones que impone la propia condición del texto, todo en él está encaminado a animar a leer, aprender y decir poemas. No es un tratado sobre métrica ni retórica son otros los libros que se centran exclusivamente en ello sino un estudio sobre los recursos necesarios para decir poesía de viva voz y de memoria.
La poesía regala sus dones al que se detiene a mirarla. Un poema memorizado es un texto traído del mundo de las letras, abstracto, al mundo de la carne y los huesos, el mundo del cuerpo: el nuestro. Una vez que poseemos un poema en la memoria, será él quien nos posea a nosotros: aparecerá cuando lo invoquemos y también vendrá por su cuenta, cuando le parezca bien acompañarnos, y eso siempre será hermoso.
La poesía regala sus dones a quien se detiene a decírsela a sí mismo y a quien se para, respira, y se la dice a otros. De este pequeño esfuerzo quiere tratar este libro. Y si bien las recompensas serán individuales, una parte del camino podremos hacerlo juntos. Se aprenden y dicen los poemas por curiosidad y por afecto, como ocurre con los cuentos. Los griegos nos han legado maravillosas etimologías como esta: la palabra poesía proviene del verbo poein y significa hacer. Ciertamente, esta palabra cargada de memoria sabe lo que dice. Hagamos, pues.
presentación
Cuenta Peter Kingsley en su libro En los oscuros lugares del saber, que a partir de Parménides, el concepto que se tenía del filósofo como aquel que practicaba en su forma de vida el amor a la sabiduría fue cambiando hasta que, en tiempos de Platón, un filósofo había pasado a ser aquel que amaba hablar de la sabiduría. Una diferencia, practicarla o simplemente hablar de ella, como se puede imaginar, trascendental.
En cuanto a poesía se refiere, este libro quisiera ser anterior a Parménides para poder tratar, no tanto sobre el amor a hablar de la poesía como sobre el afecto por practicarla. Para tal propósito, bien es cierto que existe una limitación importante: los libros no hablan. Y así como a quien quiere aprender a nadar es muy difícil explicarle sobre un papel las cualidades del agua, hablar de las aladas palabras estampándolas sobre una hoja plana no deja de ser una triste paradoja, habida cuenta de que el momento de la comunicación oral concilia muchos otros lenguajes además del escrito: la entonación, el volumen, la velocidad, la intención, la mirada, la emoción, el gesto, el ritmo, los silencios, la complicidad con los oyentes y su respuesta, elementos todos que conforman el lenguaje riquísimo e irrenunciable con el que se vive cualquier discurso, también el poema.
De modo que, a pesar de las limitaciones que impone la propia condición del texto, todo en este libro está encaminado a animar a leer, aprender y decir poemas. No es un tratado sobre métrica ni retórica son otros los libros que se centran exclusivamente en ello sino un estudio sobre los recursos necesarios para decir poesía de viva voz y de memoria.
La poesía regala sus dones al que se detiene a mirarla. Un poema memorizado es un texto traído del mundo de las letras, abstracto, al mundo de la carne y los huesos, el mundo del cuerpo: el nuestro. Una vez que poseemos un poema en la memoria, será él quien nos posea a nosotros: aparecerá cuando lo invoquemos y también vendrá por su cuenta, cuando le parezca bien acompañarnos, y eso siempre será hermoso.
La poesía regala sus dones a quien se detiene a decírsela a sí mismo y a quien se para, respira, y se la dice a otros. De este pequeño esfuerzo quiere tratar este libro. Y si bien las recompensas serán individuales, una parte del camino podremos hacerlo juntos.
Se aprenden y dicen los poemas por curiosidad y por afecto, como ocurre con los cuentos. Los griegos nos han legado maravillosas etimologías como esta: la palabra poesía proviene del verbo poein y significa hacer. Ciertamente, esta palabra cargada de memoria sabe lo que dice.
Hagamos, pues.