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¿Qué sentido tiene que un ciego alcance la cima de una montaña? ¿Por qué un doble amputado de piernas se empeña en progresar por un camino de rocas sueltas? ¿Qué impulsa a una persona que ha perdido una mano a escalar una pared absolutamente vertical de más de 300 metros? ¿Por qué personas con limitaciones físicas más que evidentes se empeñan en practicar una actividad de riesgo en un entorno que puede resultar tremendamente hostil? Maurice Herzog, el primer hombre en alcanzar una cima de más de 8.000 metros, el Annapurna, en 1950, pagó un costosísimo peaje: perdió los diez dedos de las manos y los diez dedos de los pies. «La gente se fija en lo que no tengo, pero yo sé lo que tengo», declaró al cabo de unos años. La certeza de que los límites están en la cabeza es lo que impulsa a los alpinistas con algún tipo de discapacidad a practicar una actividad que trasciende más allá de lo deportivo.
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