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Súbitamente, las aguas tranquilas de una europa que pensaba haber conseguido la sustitución de la política por el gobierno de los expertos han sido agitadas por un fenómeno que no estaba previsto en el guión de las élites. Los brutales ajustes realizados para que las clases medias y populares pagaran los desmanes de una economía que había entrado en la creencia nihilista de que no había límites provocaron una indignación que se canalizó a través de fuertes movimientos sociales. Hasta aquí, todo normal: la conflictividad social controlada forma parte del atrezo del sistema. Pero estos movimientos se han transformado en organizaciones políticas. Y han ido a disputar el poder a los partidos institucionales. Y ahí sí que no se les esperaba. Su lugar estaba en la calle: ruido decorativo para dar credibilidad al carácter democrático del régimen. No se había contemplado que osaran llamar a las puertas del castillo y pretendieran intervenir en el reparto del poder de los partidos. Aparentemente, se ha roto la hegemonía construida, en los últimos 30 años, sobre una ideología que presenta al ciudadano como sujeto que asume la explotación como algo natural, y que en tanto que sujeto libre -el autónomo como explotador de sí mismo- no tiene límites: Tú puedes. Y, sin embargo, hay razones para pensar que «Sí, podemos» no es ni una extravagancia ni una ruptura sino una consecuencia de la actual organización social. «El deseo se alimenta de lo imposible», dice Byung-Chul Han. «Tú puedes» y «Sí, podemos» son la expresión de un mundo que da el futuro por clausurado. Los nuevos partidos no son portadores de sociedades nuevas ni de utopías: son sólo reparadores de los desajustes del sistema que condenan a las personas a la indignidad. Una serie de fallas, como dice Jon Elster, ha sacudido la sociedad. Poco a poco se tomó conciencia de que la sacralización de la deuda -pieza central de la servidumbre voluntaria (la culpa)- abría paso a un régimen de dictaduras benevolentes. El despótico modo en que las autoridades europeas han impuesto la austeridad, desde la arrogancia del «no hay alternativa», ha provocado la alerta. Es la vía que conduce al autoritarismo posdemocrático. La cultura de la indiferencia gestó formas de dominación aparentemente suaves, que mantienen rasgos democráticos (de ahí lo de post) pero evolucionan aceleradamente hacia actitudes autoritarias. Y así se tomó conciencia, según Sidi Mohammed Barkat, de que el problema no era la crisis, sino el sistema. La cultura digital estaba favoreciendo el paso de la transcendencia a la transparencia, del futuro al presente continuo, ¿para llevarnos adónde? Sobre este proceso reflexionan las conversaciones con Byung-Chul Han, Varufakis, Elster y Barkat. Por su parte, Daniel Innerarity analiza los límites de la transparencia en política, cuando el actor se hace plenamente visible y el ciudadano es más espectador que partícipe. Y Jordi Borja trata de la banalización de los derechos y del paso de la desdemocratización a la redemocratización. En este contexto de mutaciones, es extraordinariamente interesante el trabajo de Nilüfer Göle, que acaba de completar una monumental encuesta sobre los musulmanes en Europa, sobre la oportunidad de que Europa una vez más sea capaz de retejerse sobre materiales diversos. El relato de José Martí Gómez sobre su iniciación al oficio más hermoso del mundo es un alegato a favor del periodismo eterno, el que surge del encuentro entre el periodista y la experiencia concreta de los hechos, para convertirse en el relato de la verdad personal del que escribe.
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