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En un muro de Buenos Aires apareció un día escrita una llamada a la esperanza del retorno imposible de uno de los mayores referentes de la argentinidad: Volvé, Cortázar, total, ¿qué te cuesta?. Así nos sentimos durante años los que vemos el mundo en rojiblanco, con respecto a la ausencia palpitante de Fernando. Cada vez que subían las mareas le gritábamos al mundo: Vuelve, Niño, total, ¿qué te cuesta?. Pero los años pasaban y, al despertarnos, Fernando nunca estaba aquí. ¿Y tanto anhelo por qué? Porque Fernando nunca fue uno más. Desde que apareció en el primer equipo allá por 2001, lo tuvimos claro: si había esperanza en el futuro, si había un símbolo al que asirse, si había una imagen que vender o un nombre con el que honrar la camiseta, ese era Fernando Torres. Años oscuros en los que la única luz aparecía de los fogonazos que sus arrancadas, plenas de potencia y ganas de comerse el mundo, iban dejando a su paso. Fernando era el hombbre
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