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Ben Brooks escribió «Crezco» cuando aún no había crecido. Tenía 17 años y tecleaba en la habitación adolescente (llena de pósters de Harry Potter) de la casa de sus padres en Gloucester. Se metía en chats porno, se metía muchas drogas, se metía en problemas. Quería ser mayor y tenía miedo de crecer. Escribía como se hacen las cosas a esa edad: como si fuera la primera vez y también la última. Sin mentiras ni máscaras. Nadie lo estaba mirando.
Han pasado más de cinco años. Lo que no sabía ese chaval, que ahora escribe en un apartamento de Berlín, es cuánto iban a crecer sus lectores, sus miedos, su talento. Convertido en una de las estrellas de la nueva narrativa anglosajona y traducido a doce idiomas, ahora decenas de miles de personas se asoman a lo que él escribió cuando nadie lo miraba.
Y lo que escribió en «Crezco» fue la historia de Jasper, que era la de Ben Brooks, que era, de algún modo, la de muchos de nosotros. «El guardián entre el centeno» del siglo xxi, pero más rabioso, más divertido, más brutal. Un clásico escrito en una habitación infantil.
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