En algunas ocasiones las existencias pueden estar erróneas o no se lo podremos conseguir en el plazo señalado. Confiamos en su comprensión y le agradecemos la confianza depositada. Esperamos no defraudarle.
Un exceso de confianza condenó al ladrón. O quizás, el ímpetu de la adolescencia. Tiene apenas catorce años, y la anciana a la que pretende robar, noventa y tres. En principio, nada puede salir mal. Pero sale mal. Cuando el joven se quiere dar cuenta, está encerrado en el baño, con la anciana al otro lado de la puerta. Ahora tendrá que escuchar la historia de una vida que llega a su final, la memoria de una vida solitaria, como todas cuando la muerte acecha. Contra su deseo, será todo oídos. Su voz no cuenta. Empieza la función. Hay para un buen rato. Los lectores quedarán largamente agradecidos.
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