En algunas ocasiones las existencias pueden estar erróneas o no se lo podremos conseguir en el plazo señalado. Confiamos en su comprensión y le agradecemos la confianza depositada. Esperamos no defraudarle.
¿Cómo es que un sistema cognitivo del que se dice no habría surgido para conocer, sino para sobrevivir, ha venido a conocer tantas cosas evolutivamente inútiles y -por qué descartarlo hoy- hasta nocivas para la supervivencia de la especie? El saber filosófico despierta, dirán Aristóteles o Hegel, una vez satisfecho lo necesario para la existencia. Puede incluso que la superfluidad sea esencial a la cultura, pues lo superfluo es para el hombre, según la expresión de Voltaire, «cette chose si nécessaire!». Ese desequilibrio entre utilidad natural y uso cultural de la razón avala bien el rechazo a ver en ésta un elemento más de la naturaleza. Aceptarlo obligaría a normalizar su estudio y -consecuencia o premisa inevitable- a naturalizar su concepto. Ambas cosas conllevarían además una incursión, insolente no sólo para el filósofo, de las ciencias particulares en los dominios tradicionales de la filosofía, dominios con tanta acucia conseguidos a lo largo de su historia. No obstante, quienes estén convencidos de que la naturalización de la razón equivale al suicidio de la filosofía, y la rehúsen por ello, deberían sopesar antes las razones por las que habría de ser preferible salvar la filosofía a naturalizar la razón. Tal vez descubran al paso qué ancestral, qué prefilosófica es su idea de la filosofía.
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