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Este libro se inicia en las paredes del estudio de Alfredo Igualador. De ahí llegaron estos dibujos que, con textos del diario del autor, muestran el trabajo de un pintor que huyendo de la pintura se encuentra continuamente emplazado a ella. Dibujos que atrapan en trazos negros, a veces continuos, las dramáticas imágenes de las pantallas, esas mismas que los media suministran a diario en incesante e intensiva sucesión para, finalmente, caer en el olvido. Atrapadas y detenidas en trazos del rotulador o manchas de acuarelas, nos detienen. Dibujo y palabra se solapan en febril y veloz cadencia, para dar cuenta de las variadas pre-ocupaciones en las que el autor se instala: pintura, vida, ciudad, mundo, acontecimiento, tragedia, pintura... todo ello con el telón de fondo de la guerra, próxima o lejana, que vivimos. Alfredo Igualador, residente y caminante de la Quinta del Sordo, sabe del horror que aquel conjuró en esa zona y, como los buenos pintores, no hace sino recoger su testigo de la manera más cruda y trémula, sin las autocomplacencias ni vacuidades de gran parte del autodenominado arte político.
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