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Mondrian, el gran pintor de la abstracción geométrica, es culpable de amar las flores; Leonardo no se ve capaz de dibujar a Judas; Rafael le envía un dibujo a su amigo Durero para agradecerle los numerosos grabados que él le ha regalado, y Picasso recibe la visita del Diablo. Samuel Beckett observa un pez rojo y un loro; Yves Klein sueña el cielo azul más grande y más hermoso jamás soñado y lo convierte en cuadro; mientras, Tàpies reinterpreta los Peregrinos de Emaús. A través de fábulas, cuentos, retratos y anécdotas, el autor de Calle de la Mirada nos descubre rasgos, reales o imaginarios, de algunos de los pintores más geniales de la historia. Todos sus relatos tienen en común lo que insinúa su título: la mirada que convierte las imágenes en algo infinitamente fascinante. Tanto los perros de Tiziano como el viejo caballo de Géricault, la pincelada espesa de Lichtenstein o el trazo ligero de Bonnard, son fruto de una misma pasión: representar un mundo vivo. Ni siquiera en el arte abstracto, que parece distanciarse de la figuración, dejan de palpitar la luz o el movimiento de los cuerpos. En palabras de Paul Auster, «Jean Frémon es un artista único, un escritor que vive en la zona radiante donde convergen la poesía, la filosofía y la narración».
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