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Ética erótica puede comportarse como un insumo teórico para una formación sexual integral. Para una ética erótica no hay que buscar nada metafísico detrás de las sensaciones placenteras que proporcionan las experiencias concupiscentes, porque tales experiencias poseen una densidad ontológica suficientemente rica como para definir en qué consiste lo propiamente humano. Si solo poseyera valor por referencia a una realidad trascendente que confiriera dignidad a su acontecer, todo goce no pasaría de ser una experiencia fantasmal, evanescente, virtual. La ética erótica admite la autonomía, la fruición y la centralidad que posee el placer en la conformación de una subjetividad felizmente hedónica. Por lo demás, el placer posee valía antropológica no solo porque hace posible la realización hedónica del individuo, sino que se erige, también, en una dimensión claramente política: el placer incluye al otro y a los otros, el placer es siempre una instancia poderosamente relacional.
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