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Hölderlin nunca quiso ser un filósofo, ni puede decirse que mantuviera una correspondencia filosófica con sus contemporáneos, a pesar de lo cual vertió en sus cartas argumentos decisivos para comprender la dirección que tomó la filosofía de su tiempo y también la que pudo haber tomado. Es esta paradójica situación la que invita a descubrir en la correspondencia mantenida con su familia, con sus amigos y con personalidades de la época, una actitud frente a la filosofía de Kant y de Fichte que se deja entender hoy como punto de partida del Idealismo alemán, representado sobre todo por sus amigos Schelling y Hegel. Pero la singularidad filosófica de sus cartas no reside tanto en los pasajes en los que desarrolló contenidos filosóficos de primer nivel, como en el modo en que dichos contenidos surgieron epistolarmente: no buscando formular una doctrina, sino de forma azarosa y ocasional, al hilo de comentarios domésticos o personales; o acompañando descripciones inéditas de su visión de la naturaleza. Esta selección de cartas recoge el conflicto interno expresado entre el filósofo que no quiso ser y el poeta que
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