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Roland Barthes, uno de los críticos más lúcidos del siglo xx, calificó a Voltaire como el último de los escritores felices. Y lo fue porque, entregado con su pluma a la defensa de la razón como única medida de progreso, supo convertir su combate en una fiesta. De su ingente obra, son sus cuentos y tratados breves los que mejor ilustran el espíritu de Voltaire, encarnación de la rebeldía permanente. Con una gracia llena de vivacidad y petulancia, acompañada de la seriedad y la serenidad propias de un hijo de la razón, llevó a cabo una demolición sistemática de lo establecido, de las costumbres aceptadas, de la sociedad y los modos de pensamiento anclados en el orden sagrado impuesto por el absolutismo del siglo xviii. Y aunque Voltaire no dejó ideas o sistemas filosóficos, su ataque a los hechos, menudos o grandes, lo vincula a nuestro mundo contemporáneo tanto por los temas que trata -desde la lucha por la ilustración hasta la defensa de la tolerancia como base de la convivencia entre los hombres- como por su postura personal ante ellos, crítica y burlona. Porque es precisamente la ironía y el sarcasmo lo que hace de sus textos, representados aquí por El Ingenuo y otros cuentos, ejemplos supremos del relato que abre la mente a las ideas.
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