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Con el declive del siglo XX, el conflicto de clases se traduce cada vez menos en reclamos, luchas salariales, movilidad social. La desigualdad toma nuevas formas. Se erigen nuevas barreras; no sólo las que contrastan con la migración, sino incluso antes, las que se refieren a las relaciones económicas y sociales, el acceso a la política, la educación superior y la vida en la metrópoli, donde se rediseñan distritos enteros, se centralizan los activos inmobiliarios de ultra lujo y la riqueza extrema apenas se utiliza en inversiones productivas. En los procesos excluyentes, los relativos a los bienes de alto valor también son decisivos, como ocurrió en los siglos de la modernidad preindustrial. Los nuevos mensajes relativos al lujo son cada vez menos un estímulo para el consumismo generalizado. En ese aparente continuo en el que durante los decenios de posguerra se ordenó la variedad de signos pero se diluyeron las diferencias, vemos ahora la apertura de una mutación también semiótica, en la que, sin embargo, no sólo se indica una nueva discontinuidad entre la "super-clase" y la mayoría excluida, sino que en c
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