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Ociosos terratenientes y jóvenes de talento se dan cita en la casa de verano de la ilustre y rica viuda Daria Mijailovna Lasunskaya. La llegada de uno de esos jóvenes, todo elocuencia y persuasión, para una visita de circunstancias que se prolonga en una estancia de varios meses, suscita entre los asiduos una varada escala de reacciones que va del más absoluto desprecio a las más apasionada devoción. En medio de este clima tenso y contradictorio, Turguénev elabora en Rudin (1856), su primera novela, un espléndido retrato del «hombre supérfluo», del mediocre brillante, una figura tratada ya por el autor en anteriores relatos, inspirada por el Eugenio Oneguin de Pushkin, y que acabaría convirtiéndose en un prototipo de la literatura rusa del XIX. Héroe hamletiano, atrapado entre su talento y su incapacidad, Rudin encarna no ya el clásico conflicto entre la palabra y la acción, sino entre la palabra vacía y la que sólo trágicamente puede cobrar sentido.
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