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En 1904, Marcel Proust alzó la voz contra la amenaza de ver las catedrales francesas reducidas a meros museos. Su alegato, publicado en «Le Figaro», defendía que estos templos no eran ruinas de una fe extinguida, sino organismos vivos en los que arquitectura, música y liturgia formaban un todo irrepetible. Lo que estaba en juego no era solo la religión, sino la supervivencia del mayor espectáculo cultural de Francia. Este volumen reúne aquel texto visionario y otros escritos en los que Proust, bajo la influencia de John Ruskin, erige una auténtica religión de la belleza. Frente a la política anticlerical, responde con una convicción estética: las catedrales siguen siendo el corazón espiritual y artístico de Europa. Allí donde otros veían piedra, Proust observaba un universo simbólico y la encarnación de un pueblo entero. Más de un siglo después, «La muerte de las catedrales» conserva la fuerza de un manifiesto que trasciende la polémica de su tiempo y señala un peligro siempre actual: convertir el arte en un adorno inerte. Proust transforma la defensa de las catedrales en una reflexión sobre la belleza,
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